¿Cuál es la mejor forma para desnudar la esencia de un lugar, dentro de nosotros? Cerrar los ojos y respirar hondo. Nuestro olfato mamífero es el mejor termómetro de nuestro cuerpo en relación al medio. Esta práctica llevada a cabo en cualquier playa de la ciudad de Mar Del Plata (cuyo código aeronavegante es MDQ) nos purifica las rutas pulmonares de una manera particular. Podría decirse que este lugar del partido de General Pueyrredón es un perfecto nebulizador natural.
El marplatense no llega a ser tan porteño como el Rosarino pero tiene su orgullo de ciudad en el damero de las arterias que tienen como puerto al corazón. Parafraseando también puede afirmarse que “el marpla” tiene en su corazón el puerto. Una zona que es blanco de: catarsis provenientes de chetos-rubios-salitre (todos tataranietos de Victoria Ocampo) que putean por el olor a pescado, gorditos argentinos cazadores de rabas a la provenzal y merluza que suelen frecuentar Chichilo u otros restaurantes de la comarca portuaria, así como también es célebre de ser sede del equipo mas popular en la actualidad de esos pagos, llamado Aldosivi (militante del Nacional B).
De esta manera La Feliz, se para sobre todo desde el orgullo. Quizá su historia de ser primero sede la oligarquía no solo porteña (también internacional) en 1912, luego del sindicalismo en la década del ’40 gracias al fenómeno del aguinaldo y a la construcción de hoteles como el “13 de Julio” (sindicato de luz y fuerza) o el Gran Hotel Royal (U.O.M. que se vió interrumpida por el asesinato a Vandor).
Entonces encontramos al orgullo y sus diferentes ramificaciones: orgullo surfer, orgullo cheto cool (Fabio Posca), bohemio (Astor Piazolla), escritor (Osvaldo Soriano), socialista, tano, gallego, y por qué no orgullo gay que se concertaría con la apertura de “playa chica”, punto de encuentro de los hombres costeros mas “sensibles”.
A mi la que me cabe es la desestresante Marinoterapia, que se basa en zambullir la cabeza por debajo del nivel del mar, y ejecutar la milenaria técnica del barrenado, que consiste (sin necesidad de ningún artefacto plano) en aguardar, flotando en la marea al nivel en donde las olas mas audaces aún no se atreven a romper, el momento de acelerar la brazada y así aferrarse al galope de una ola generosa que nos lleve adjuntos hacia la orilla de cara a la arena rubia-teñida, que en verano se deja crecer las raíces producto de la feliz mugre turística.
Lobo